Pastillas para ser más inteligentes
Asombro. Perplejidad. Escepticismo. Y voy pasando, gradualmente, por las diferentes facetas de la incredulidad al leer que hay quienes quieren ser más inteligentes o sencillamente, tener un mayor rendimiento, y para eso hacen uso de píldoras diseñadas para lograrlo. Son los más jóvenes los que se arriesgan a ello porque mantener una estabilidad laboral o un puntaje académico respetable en la escuela se convierten en sus metas en una sociedad tan competitiva.
Mucha información nos rodea, es cierto, y debemos disponer de buena memoria, de chispas mentales, de una inmensa capacidad para procesar todo lo que se nos ofrece y distinguir lo real y lo inventado. Y para los que recuerdan que en su etapa de estudiantes tal vez tomaron café o mate o alguna otra bebida estimulante, ahora hay quienes son más atrevidos y toman medicamentos que les garantizan, dicen, la buena salud de sus capacidades cognitivas.
Los jóvenes, según una investigación realizada por Sputnik, afirman ingerir fármacos que permiten combatir el síndrome de hiperactividad así como el déficit de atención, los trastornos del sueño, la demencia senil y otras enfermedades neurológicas.
La encuesta se realizó en 15 países desarrollados y los resultados revelan que la mayoría de los que incluyen estas pastillas para su inteligencia viven en Estados Unidos. En el continente europeo ha crecido el número de personas que ingiere este tipo de fármacos sin prescripción médica, desde un cinco por ciento hasta un 14 por ciento, en los últimos dos años, según asevera el estudio, que ha sido publicado en The International Journal of Drug Policy.
Es cierto que el mecanismo de estas pastillas denominadas nootrópicos estimula el metabolismo en el cerebro, mejora la memoria, el rendimiento mental y aumentan la resistencia ante situaciones que pueden ser estresantes. Actúan, desde el punto de vista bioquímico, como neurotransmisores, por lo que activan el flujo sanguíneo cerebral y potencian la creación de nuevas conexiones entre las neuronas.
No es la primera vez que se lleva a cabo un estudio con este fin, pues ya en 2009, científicos de la Universidad de Cambridge experimentaron con un grupo de personas voluntarias para comprobar cuánto podían este tipo de fármacos combatir la somnolencia, la hiperactividad y el síndrome de déficit de atención.
Que puedan ser efectivos o no para todas las personas no es lo preocupante, sino que se han registrado efectos secundarios de cierta gravedad. Algunos provocan picazón, erupciones, trastornos de ansiedad, pérdida de peso, problemas en el funcionamiento del sistema cardiovascular.
Es considerable también el peligro del exceso de excitación, el agotamiento de las reservas de energía del cerebro y el insomnio que se derivan del consumo de este tipo de fármacos.
A largo plazo, aseguran los científicos, se obtiene el resultado contrario, es decir, se debilitará la capacidad intelectual del individuo.
No pocos países ya comienzan a regular el acceso a estos fármacos porque irremediablemente el abuso de aquello que no es natural, siempre tendrá efectos contraproducentes.